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Cinco discos para escuchar de principio a fin (volumen II)

El ritmo frenético de Arctic Monkeys, la esquizofrenia sonora de The Mars Volta, la épica funeraria de Arcade Fire, el viaje psicodélico con Tame Impala y la fusión perfecta entre grunge y rock progresivo de The Smashing Pumpkins son las propuestas del nuevo recopilatorio


Tras nuestra primera lista de grandes discos de las últimas décadas protagonizada por Radiohead, Queens of the Stone Age, Oasis, Muse y Massive Attack, publicamos el siguiente volumen, en el que aparecen otras elecciones igual de evidentes, aunque la mayoría más contemporáneas, con la misma recomendación que la anterior, escucharlo todo de principio a fin, sin modo aleatorio ni saltarse una canción para no alterar la percepción de estos álbumes que han hecho historia.     

1. Arctic Monkeys: ‘Whatever people say I am, that's what I’m not’

Arctic Monkeys lleva colgado el sambenito de ser el último gran grupo de rock de estadio –y el primero en triunfar gracias a internet y, especialmente, a MySpace– desde que publicó ‘Whatever people say I Am, that’s what I’m not’ (2006), que también se convirtió en el disco de debut de una banda británica que más rápido se vendió en su lanzamiento por toda la cobertura mediática que recibió en Reino Unido. Aunque el tremendo éxito y popularidad del LP se debe principalmente a que engancha desde la primera escucha, arrancando como un ciclón con ‘The view from the afternoon’, y sus vertiginosos cambios de ritmo, y ‘I bet that you look good on the dancefloor’, su mayor himno –otra discusión es si se trata de la mejor canción del álbum–, pensadas ambas para hacernos saltar como locos, y acabando por todo lo alto con ‘A certain romance’ y su maravilloso clímax final. Y, entre medias, perlas como ‘Dancing shoes’, ‘Mardy bum’ y ‘When the sun goes down’, convertidas en clásicos que todavía sobreviven en algunos de sus ‘setlists’. Todo el disco bebe de las influencias del punk, por la velocidad supersónica de ejecución de las canciones –algo que el grupo ya no logra en sus directos al volver a interpretarlas– y la batería enérgica de Matt Helders, con un sonido de guitarra crudo y casi enrabietado y unas letras que relatan las historias, en primera persona, de lo que era la vida para Alex Turner, un veinteañero de Sheffield, de una forma que casi escudriña el comportamiento de los jóvenes en las discotecas, las relaciones sentimentales y las experiencias de la vida nocturna, aunque sin rehuir temas como la prostitución en la ciudad. Y sí, el ‘AM’ también sería digno de entrar en esta lista, pero el primer amor deja más huella.

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2. The Mars Volta: ‘Frances the mute’

Rock experimental –y caótico– en estado puro y de otra galaxia. ‘Frances the mute’ (2005) no es un disco fácil de escuchar –ni siquiera sencillo de explicar–, sino que más bien se trata de una oda a la locura en todos los aspectos, desde las letras crípticas y perturbadoras, que mezclan el inglés y el castellano (mal hablado) y cuentan la historia de cinco personajes, a cuál más estrambótico (Vismund Cygnus, el principal, es un prostituto con sida y adicto a las drogas que quiere vengar la violación y el asesinato de su madre), basados en un diario encontrado por un técnico de la banda, que poco después falleció por sobredosis, en el asiento de atrás de un automóvil, hasta solos de guitarra llenos de virtuosismo e improvisación a lo Jimi Hendrix y Santana, además de momentos épicos, psicodélicos y otros de experimentación totalmente fantasmagóricos. Y todo eso en la misma canción. El dúo formado por el cantante Cedric Bixler-Zavala, uno de los mejores del panorama actual, y el guitarrista Omar Rodríguez-López deja atrás el post-hardcore y la música más directa de su otra banda más conocida, At The Drive-In, para introducirse de lleno en el rock progresivo, con la inclusión de percusión y ritmos latinos, piano de son cubano (el solo del final de ‘L’Via L’Viaquez’ a cargo del pianista de salsa Larry Harlow es simplemente de otro mundo), instrumentos de cuerda y viento y las colaboraciones estelares de Flea, ¡con la trompeta!, y el guitarrista John Frusciante, de Red Hot Chili Peppers. Con solo cinco canciones –la última, ‘Cassandra Gemini’, dura más de media hora y se divide en varios segmentos–, ‘Frances the mute’ es un disco no apto para todos los públicos, pero que es obligatorio escuchar de principio a fin para hacerse una mediana idea de a qué suena The Mars Volta, y seguramente varias veces para poder disfrutarlo. Para los que no se atrevan del todo, existen dos versiones cortas y ‘radio-friendly’ de ‘The widow’ y ‘L’Via L’Viaquez’. Por algo se empieza.

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3. Arcade Fire: ‘Funeral’

‘Funeral’ (2004) cumplió hace unos pocos meses su 15 aniversario (su lanzamiento en Europa se retrasó hasta principios de 2005) y pese a que la trayectoria posterior de Arcade Fire ha estado plagada de altibajos, su álbum de debut se trata de una obra maestra inapelable de rock con guitarras en el que los sonidos del acordeón y los violines, más propios del folk, son igual de protagonistas, y también hay hueco para el arpa, el xilófono y otros instrumentos poco habituales en el indie de aquellos años. Y no solo es un trabajo sobresaliente por incluir dos de las mejores canciones escritas en la década de los 2000, y probablemente de lo que va de siglo, ‘Wake up’ y ‘Rebellion (Lies)’, sino por el conjunto de los diez temas que incluye –desde los cuatro titulados ‘Neighborhood’, con diferentes subtítulos (‘Tunnels’, ‘Laïka’, Power out’ y ‘7 Kettles’) hasta ‘Crown of love’ (para enmarcar la subida de tempo del final y los arreglos celestiales de cuerdas) y ‘Haiti’– que componen un LP único construido alrededor de la muerte (el título hace referencia al fallecimiento de varios familiares de los miembros de la banda durante su gestación), pero de una forma que destila intensidad, pasión y épica a raudales –todos cantando al unísono el ‘Whoa oh, oh oh oh oh’ de ‘Wake up’– o gritando a los cuatro vientos el «lies» cada vez que el cantante Win Butler pronuncia las palabras «Every time you close your eyes» de ‘Rebellion (Lies)’. Un disco atemporal e innovador.

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4. Tame Impala: ‘Lonerism’

Tame Impala ya apuntaba maneras con su primer álbum, ‘Innerspeaker’, pero es con su segundo, ‘Lonerism’ (2012), con el que consigue captar definitivamente el espíritu de los años 60 y 70 –la voz de Kevin Parker siempre nos recordará a John Lennon– para crear algo realmente fresco –la electrónica es otra de las grandes influencias– en un género tan manido como el rock/pop psicodélico, en el que es complicado no reincidir en la misma fórmula de siempre. El viaje neopsicodélico directo desde las Antípodas de ‘Lonerism’ comienza con el ‘loop’ machacón de batería de ‘Be above it’ para introducir los sintetizadores y la guitarra de ‘Endors toi’, sacados directamente del ‘Revolver’ de los Beatles, y regalar grandes momentos instrumentales a lo largo del disco, como las partes finales de ‘Apocalypse dreams’ y ‘Keep on lying’ o el solo de ‘Elephant’ –además de su brillante ‘riff’ casi marcial–. Algunos dirán que esos ‘jams’ –que para mayor mérito no nacen de la improvisación de un grupo en el estudio, sino que todos surgen de la mente de Parker–, llenos de distorsión y que parecen haber pasado por un filtro caleidoscópico, son digresiones de las canciones más directas y con melodías cercanas a la radiofórmula, como ‘Mind mischief’ y ‘Feels like we only go backwards’, pero son realmente los momentos más genuinos y de mayor inspiración, como esa maravilla de seis minutos titulada ‘Nothing that has happened so far has been anything we could control’. Y todo ello acompañado de unas letras que inciden en la soledad, tanto desde un punto de vista positivo como pesimista, aunque visto que el australiano compuso y grabó el disco casi en solitario –menudo dominio de la producción–, puede que no sea tan mala, especialmente para la creatividad.  

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5. The Smashing Pumpkins: ‘Siamese Dream’

Aunque los dos grandes referentes del grunge siempre serán el ‘Nevermind’, de Nirvana –por popularidad– y el ‘Ten’, de Pearl Jam –por calidad–, el otro disco que podría entrar en el selecto podio es ‘Siamese dream’ (1993), de The Smashing Pumpkins. Mirando atrás en el tiempo parece increíble la creatividad y productividad de Billy Corgan, casi tocado por una varita mágica, para firmar grandes canciones –y ‘riffs’– en los 90. Pero es que el segundo disco de los de Chicago roza la perfección, pese a las tensiones por aquella época en la banda (la ruptura entre el guitarrista James Iha y la bajista D’arcy Wretzky), hasta el punto de que Corgan, en plena depresión y con toda la presión encima de lograr un éxito comercial –lo que se refleja en las letras–, grabó prácticamente toda la música junto con el batería Jimmy Chamberlin y la ayuda en la producción de Butch Vig, responsable también del éxito de Nirvana. El resultado final es un álbum que trasciende el grunge para mirar directamente a los ojos al rock progresivo y shoegaze, en el que sobresalen esos muros de guitarras característicos de la banda –algunas canciones como ‘Soma’, con hasta 40 partes superpuestas–, la delicadeza de los punteos de ‘Mayonaise’ y las montañas rusas en las que se convierten ‘Silverfuck’, con constantes explosiones de rabia contenida, y ‘Geek in the USA’ (con esa dinámica fuerte-suave-fuerte que nunca falla). Pero sobre todo quedarán para el recuerdo algunos de los mejores himnos de los 90, como ‘Cherub rock’ –con la que arranca el disco y en la que en menos de un minuto la banda pone todas las cartas sobre la mesa–, ‘Today’ y ‘Disarm’, que no han perdido su magia con el paso de los años, y otros temas quizás menos conocidos pero igual de memorables, como ‘Soma’, ‘Hummer’ y ‘Rocket’.

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