Volver a donde nada es igual
El que más o el que menos lleva desde hace unas semanas volviendo a sentir estímulos olvidados. La música en directo empieza a ser lo que siempre ha sido, con salas abiertas y festivales funcionando a un rendimiento cercano al 100%. Han pasado dos primaveras, dos veranos, un otoño y un invierno. Demasiado tiempo instalados en un páramo difícil de digerir para quien se dedica o para quien ama la música. Aún queda para llegar a ella, pero la luz al final del túnel ya nos permite ver todo lo que tenemos alrededor. Y lo que nos rodea es distinto a lo que dejamos atrás cuando nos adentramos en la boca del lobo.
Hay momentos en los que la cabeza y el corazón hacen ‘crack’ y dejas de controlar al menos uno de los dos, algo que nos salva día sí y día también de hacer aquello que no debemos o sentimos. A mí me ocurrió cuando Viva Suecia encaraba el final de 'Días amables' en los Warm Up Days. Me aparté de mi grupo y salí a intentar manejar un tsunami emocional imposible de soportar con entereza. En mi naturaleza está el no querer preocupar a nadie de mi alrededor. O tal vez el no mostrar mi parte más vulnerable. No lo sé. La suerte puso en mi camino fuera de la marabunta a una amiga que se llevó el hombro repleto de lágrimas. Yo me llevé su mensaje de WhatsApp la mañana siguiente: «Pude sentir tu dolor y tu desahogo». No voy a olvidar esa frase nunca porque resumía a la perfección lo que llevamos encima desde inicios de 2020 y la capacidad redentora de un instante en el que liberas esa carga que te ha maniatado todo este tiempo.
Estos días no son los de recuperar algo que echábamos de menos. Para nada. Son más que eso. La música es algo transcendental para muchos de nosotros. Nos ha tendido la mano cuando hemos caído hasta el punto de sacarnos del pozo más oscuro. Ha acompañado relaciones durante años y años, haciéndola más fuerte muchas veces, pero también reabriendo heridas solo con escuchar unos acordes que un día fueron compartidos por dos y hoy son cicatrices por las que uno prefiere evitar pasar la mano.
En el amor, donde hubo, queda. En la música, donde hubo, hay. Y ella es muy agradecida, sí, pero también muy perra. Y eso es lo más grande que tiene. A los que la amamos, nos remueve como ninguna otra cosa en la vida y estos días es la protagonista de miles de historias de personas que ven como ahora sí, podemos pasar página sabiendo que el próximo capítulo será mejor que el anterior. Nos hace sentir supervivientes después de nadar y nadar hacia una orilla que no sabíamos dónde quedaba.
Nadie estábamos preparados para lo que hemos tenido que sufrir del mismo modo que no lo estábamos para volver a vivir los abrazos y las sonrisas que siempre han traído los conciertos y festivales. Lo normal se tornó extraño y hoy volvemos a aquello que tanto ansiábamos, pero que nos lleva a una montaña rusa de emociones donde uno deja de conducir el vagón de sus sentimientos. Con la salvedad de que la luz que adivina el final de esta pesadilla te hace ver que por los raíles ya no circulas tú solo, si no tú y todo lo que te has echado a la espalda este último año y medio. Y en el vagón de detrás, otra persona y su historia. Y en el siguiente, otra. Y otra. Y otra. Y se nota a cada mirada que echas alrededor de ti. Ya no hay solo sonrisas, abrazos, horarios y carreras de un escenario a otro. También hay dolor, liberación y hombros más preparados y comprensivos que nunca para que acudas a ellos.
Como dice Rafa Val (maldito seas Rafa, qué bueno eres), «se cose, se canta y se aguantan los palos». Los golpes ya los hemos recibido, es hora de coser y cantar. Sobre todo, cantar.