Una breve reflexión sobre Robe Iniesta… por Nacho Tomás

 
Robe Iniesta, en su concierto en la plaza de toros de Murcia, el 15 de octubre. / SERGIO MERCADER

Robe Iniesta, en su concierto en la plaza de toros de Murcia, el 15 de octubre. / SERGIO MERCADER

 

«Cómo pude dejar de seguirle la pista, cómo un ataque de celos echó por tierra algo tan bonito como lo nuestro… Ahora redescubro aquello de lo que renegué y acepto el error disfrutándolo como nunca»


El concierto que Robe Iniesta ofreció el pasado 15 de octubre en la plaza de toros de Murcia va a ser uno de los que figuren entre los mejores del año. Ya ofrecimos una crónica de ese directo y ahora queremos presentar una pequeña reflexión sobre la trayectoria del músico extremeño y el paso del tiempo, escrita por Nacho Tomás.

Guerrero

Por Nacho Tomás

No es fácil intentar describir en una palabra ciertos aspectos de la vida, ciertas experiencias que se suceden durante mucho tiempo, esas que se van acumulando a modo de poso y que tras el continuo paso de los años van formando otras estructuras internas aún mayores, como estalactitas mentales. Gota a gota, creciendo, sin fin.

Aun con la dificultad que entraña lo descrito en el primer párrafo, elijo la palabra ‘guerrero’ para definir a Roberto Iniesta, Robe. Mi relación con él comienza en 1993. Alguien en el instituto nos habla de su grupo, tienen un par de discos, maquetas y grabaciones raras que van corriendo de mano en mano en cintas de casete. Yo tenía 16 años, Robe, 31. Reconozco que por una larga temporada estuve bastante obsesionado con Extremoduro. Me hacía camisetas, forraba mis carpetas y buscaba recortes de revistas en las que hablaban de sus conciertos. No era nada fácil, un trabajo de investigación casi. Era mi grupo, solo mío, con esa pasión que se pone al primer amor.

 
 

Suspiraba por que vinieran por estos lares y aún conservo por ahí la entrada de la primera vez que los vi en directo: Murcia Parque, 1995. Dieciocho años recién cumplidos, toda una vida por delante y la ilusión musical a flor de piel. Para los jóvenes que me lean, hablamos de otra época a todos los niveles. Ya no es que no hubiera móviles, que no los había (y menos mal, porque tampoco había cámaras digitales ni redes sociales), lo más duro de aquellos años era que no podías escuchar los grupos que te gustaban más que en las cintas de los colegas, regrabadas cien veces, o tener la suerte de que sonaran por la radio, cosa que con el grupo extremeño no pasaba nunca.

 
 

Mi relación con ellos avanzaba al ritmo de sus discos, esas cinco primeras joyas que fueron ‘Rock transgresivo’, ‘Somos unos animales’, ‘Deltoya’, ‘¿Dónde están mis amigos?’ y ‘Pedrá’. Les seguía allá donde podía verles, en solitario o en festivales, incluso ya comprando algún flamante CD. Recuerdo pedir sus canciones en los bares por los que salíamos y que nadie les conociera. Tengo grabadas a fuego las letras, su forma de ver la vida, la evolución poética y musical al ritmo de su evolución personal, su inconfundible voz, la pose en los conciertos. No me cuesta ahora reconocer cuánto modeló mi vida, cuánto bien y mal me hizo, hasta que todo saltó por los aires.

En 1996 sale a la luz ‘Agila’, su sexto álbum. Robe tenía 34; yo, 19. Y como por arte de magia comienza a escuchar su música todo el mundo. Pero todo, joder, todo. Una cosa loca, incluso esas personas que menos podrías imaginarte, los pijos de la facultad incluidos. ‘So payaso’ suena hasta en la sopa y yo siento un ataque de celos tremendo. Un mal sueño, una pesadilla. La pubertad, imagino. Me habían robado el grupo. Qué tontería pienso ahora, pero el dolor de allá era real, cierto como la vida misma.

 
 

Decido dejar de escucharles, a las bravas, sin más criterio que la adolescencia bulléndome dentro. Pero cumplo mi palabra, me voy separando y otros estilos musicales van apareciendo en mi horizonte. Tonteo con el rock progresivo y los álbumes conceptuales, sembrando inconscientemente lo que será nuestro futuro reencuentro. Revisito sus discos viejos a menudo, pero no escucho nada de lo que han publicado hasta 12 años después, cuando nace ‘La Ley Innata’ y es totalmente imposible resistirse a los primeros acordes de ‘Dulce introducción al caos’, inicio de un disco redondo que rompe los esquemas de muchos, atrae a otros y, como en las relaciones largas, nos acerca de nuevo. Estamos en 2008, tengo 31 años, una hija recién nacida y otro en camino; Robe, 46.

 

Luego viene una época rara para todos. Mi vida es muy distinta a la de aquel adolescente de instituto y universidad: familia, empresa y cambios en la forma de consumir la música. Les vuelvo a perder de vista otra larga temporada, pero ya no hay dolor. El loco amor que se transformó en casi odio deja paso a una admiración y respeto a distancia, tanta que vuelvo a perderme lo que Robe publica durante una larga temporada. A veces en las relaciones tan largas hay que desconectar. Se hace necesario, constructivo.

Trece años después llega el actual punto de inflexión y lo que me hace escribir del tirón esto que estás ahora tú leyendo: ‘Mayéutica’. 2021. Robe tiene 59 años, y yo, 44, y mis hijos van al instituto. Gracias a unos buenos amigos lo escucho en profundidad y oscuridad, en el momento justo. Y surge de nuevo la chispa, de hecho puede que sea uno de los discos que más he escuchado del tirón en los últimos tiempos. El renacimiento absoluto de Robe. La mejor banda que haya tenido nunca. El concepto más íntegro como letrista, poesía retrospectiva dedicada personalmente a esos nosotros, esos fieles (con intermitencias, mis disculpas aquí) desde hace casi 30 años, que se dice pronto. Un trabajo con muchas novedades y muchos huevos de pascua que, como un guiño, solo entendemos los elegidos.

 

Por un momento me pregunto cómo pude dejar de seguirle la pista, cómo un ataque de celos echó por tierra algo tan bonito como lo nuestro, Robe. Y entonces miro hacia atrás y rescato todo lo que me he perdido y se me abren los cielos, tal como sucedió en los noventa. Redescubro aquello de lo que renegué y acepto el error disfrutándolo como nunca. Es un momento sereno, adulto, como tu actual pose en los escenarios, en las antípodas de la degeneración y despelote de antaño. Sonriendo de medio lado y limpio, entero, confiado y sin rencores. Una evolución de treinta años, pasando de un cuchitril con cuatro gatos a una plaza de toros llena hasta la bandera con un recital para el recuerdo.

Todos tenemos nuestras batallas.

Robe es un guerrero. Yo sé que soy otro. Tú también, seguro.

Todos tenemos nuestros desfiladeros, nuestros mataderos, nuestras derrotas y nuestras victorias.

Y todo nos lo merecemos, tengamos la edad que tengamos.

 
Nacho Tomás, en el centro, junto a dos amigos en el concierto de Robe en Murcia, el 15 de octubre. / VICENTE VICÉNS / AGM

Nacho Tomás, en el centro, junto a dos amigos en el concierto de Robe en Murcia, el 15 de octubre. / VICENTE VICÉNS / AGM

 

  • Nacho Tomás es director de N7, Agencia de Comunicación, Publicidad y Marketing Online.